Jesús Crespo

Presencia. La pintura de Jesús Crespo no se deja mirar: se deja tocar con los ojos. Cada trazo parece conservar la huella del gesto que lo produjo, un rastro de sustancia que aún vibra. No hay figura ni contorno que limite el cuerpo del cuadro: hay materia que insiste, que respira, que se expande más allá de sí misma.

En la pequeña escala de estos cuadros se abre un espacio íntimo. El espectador se inclina, se acerca, y en ese acercamiento algo sucede: la pintura devuelve la mirada. Es un espejo, pero uno que no refleja, sino que responde. Allí donde el color se agita, la identidad se desdobla, se transforma en un “otro” que nos observa desde su propia sustancia.

Hay en estas obras un descontrol controlado, una respiración que oscila entre el gesto libre y la conciencia del límite. Cada plano parece querer escapar del siguiente, pero en esa fuga se reconoce el pulso de la historia de la pintura, el eco de un gesto heredado que se vuelve propio. Pintar, aquí, es devolver al tacto su vida pura.